sábado, febrero 04, 2006

Lucas

Éste es primer cuento que le regalo, a nadie, a todos: Lucas

Lucas

Por J.P. Gutiérrez


I
Creo que todo comenzó cuando Tío Alberto trajo, en una visita a la estancia, un libro entre sus manos. Tío Alberto siempre traía algo para mí, y aunque Martita se ponía celosa porque no recibía nada, se alegraba de verme alegre a mí. Yo suponía, por esa época ya era perspicaz, que el regalo trataba de compensar su ausencia en el hogar y lo poco que le importaba la familia de su hermano. Ese no era mi problema, mi familia me importaba ya que yo le importaba a ellos más que Martita, así que recibía los regalos de Tío Alberto sin ningún peso de conciencia.
- Espero te guste tu primer libro de verdad, niño. – Me dijo, y yo pensé: al diablo si estaba enamorado de mamá, al diablo si papá lo quería lejos de casa por más que fuera su único hermano, Tío Alberto sabía como llegarme al corazón.
- Primero – dijo, sin dejar de mirarme a los ojos. – Hay que hacer esto.
Y abriendo el libro en una página cualquiera me lo acercó a la nariz y me dijo que aspirara fuerte.
- ¿A que huele? – No dejaba de escrutarme con sus grande ojos celestes. Esos ojos melancólicos que yo sabía aún enamorados de mi madre.
- A viejo – dije.
Tío Alberto sonrió.
- ¿A misterio? – agregué
Me abrazó y me mandó a guardarlo hasta la noche.
Desde entonces, nunca me pierdo el placer de oler un libro antes de leerlo. No me creo adivino, pero algunas veces acierto sobre el contenido de una obra con la sola ayuda de mis tibias fosas nasales.
- Éste me va a aburrir – dije, al olfatear el Rojo y Negro de Stendhal.
- Éste es triste, pero entretenido - al conseguir “El túnel” de Sábato.
Pero siempre volvía a la frase original:
- ¡Aquí huelo a misterio!
Y los tenía a montones.
Tío Alberto notó cual era mi literatura preferida y siempre venía de Buenos Aires con un Poe, un Conan Doyle, un Chandler que me mantuvieran tranquilo en el aburrimiento apático de la estancia.
Papá observaba con disgusto el habilidoso lazo con el que su hermano estaba atrapándome, y tuve que soportar largas cenas donde para conservar las apariencias el odio se guardaba bajo una amarga cubierta de expectante silencio, y se servía de postre.
- Parece que a Martita alguien la está olvidando. – Atacaba mi padre ni bien servido el café. Lo cínico de la afirmación me parecía en extremo gracioso. El único que no se olvidaba de Martita en esa casa era yo.
- Jorge... – decía mamá, como tratando de poner una barrera invisible entre los hermanos. No se daba cuenta de que esa barrera existía desde hacía ya mucho tiempo, y de que solamente se trataba de ella.
Tío Alberto sonreía.
Parecía disfrutar viendo como desmembraba la familia.
- Es solo comentario, Alicia
Y Tío Alberto atacaba con sorna.
- ¿Sabés que Luquitas? – Luquitas era yo. – El mes que viene Borges da una conferencia en Buenos Aires, ¿querés venir conmigo?
- ¡Sí! – Grité de alegría, antes de recordar a papá y sentir su lacerante mirada en mi espalda lamiéndome con su lengua de fuego.
- Bueno, me alegra que te ponga contento. Espero que Jorge no se oponga a que salgas a divertirte conmigo.
Siempre le decía Jorge cuando hablaba conmigo.
Nunca “Tu papá”.
Jorge(mi papá) revolvía su taza como si para tomarla tuviera hasta el final de los tiempos, y ahora miraba a los ojos a Tío Alberto.
Yo estaba en el medio.
Para cualquier novato del misterio, aquello hubiera sido la mar de divertido, pero para mí, Luquitas, era un aburrido columpio del que me quería bajar.
Martita tiró un tenedor al piso, pero aún así nadie le prestó atención. Pobre niña desesperada.
Mamá intentó hablar y poner calma(Mamá siempre intentaba: Intentaba fingir lo que sentía por Tío Alberto, intentaba amar a su marido, intentaba que la familia no se cayera a pedazos)
- Creó que tu papá no tendrá problemas en darte permiso.
Mamá siempre decía “Tu papá”. Nunca Jorge.
Siempre “Tu papá”, con mayúsculas, como si quisiera convencerse de algo
Pobre mamá, pobre papá, pobre Tío Alberto, queriendo ser tan misteriosos con un chico como yo, que casi siempre acertaba con sus pronósticos los finales de los libros de Agatha Cristie.
¿Querían escudarse en el misterio?
Bueno, tendrían misterio.
Martita dijo una grosería, y se tiró al piso, golpeándose la cabeza.
Nadie se dio cuenta, salvo yo.
Yo era perspicaz.
Y los que nacen perspicaces no viven para disfrutar del misterio, sino para crearlo.
Tío Alberto leyó mis pensamientos.
- Buenos Aires es vieja y misteriosa Luquitas, como tus libros.
- No todos son así. – Dije, y creí necesario no agregar nada más que mutismo, dado que a pesar de que me había hablado a mí, mi tío no dejaba de mirar a los ojos a mi padre.
Una frase cortó como un hacha la mesa en dos.
- ¿Vamos a acostarnos, Jorge?
Mamá y el plural.
Alberto bajó la mirada, vencido ese día.
Todos nos levantamos, y nos fuimos a dormir.
Excepto Martita, claro, que se quedó levantando la mesa con las sirvientas, pero, como de costumbre, nadie lo notó.
Excepto yo, Luquitas, que soy su adorado hermano mayor, y quizás la única persona en la Tierra para la que Martita no es solo una sombra desdibujándose al costado del mundo.

II
A la mañana Tío Alberto salió cabalgando a dar una vuelta en el monte, y mientras lo seguía con la mirada me acordé de mi desayuno enfriándose sobre la mesada de la cocina.
Ahí estaba Martita, tratando de alcanzar una factura en puntas de pie.
- ¿Y mamá? – Pregunté, mientras con mis superiores doce años le bajaba una, y previo comerle el dulce de membrillo se la entregaba.
Y los que piensen ¡Qué injusto Luquitas! sepan que mi hermana sin tenerme a mí a su lado ese momento, no hubiera tenido nada.
Era un acuerdo tácito entre hermanos.
Martita dijo, porque hablaba aunque nadie excepto yo la escuchara, que mamá había salido ni bien papá había marchado a cobrarle la deuda a los Roldán.
La deuda de los Roldán era más vieja que Martita, más vieja que yo, pero ahí estaba y alguien de cuando en cuando tenía que ir a cobrarla.
- Mirá vos... –le dije, pensando en Tío Alberto monte adentro, bien monte adentro.
Martita desapareció (siempre lo hacía, incluso hasta para mí) y me encontré saboreando mi té solo en una aburrida cocina.
La casa en la estancia era vieja, enorme, con muchas habitaciones y pasillos, pero ya sin secretos para mí.
Así que para no aburrirme comencé a inventarlos.
Martita me ayudaba.
Pero aún así, el día en el que desaparecí al mayor de los perros, el Gran danés que se llamaba Gurak, el único golpeado y castigado fui yo.
Incluso cuando acepté ante mi padre que yo lo había desaparecido(diciendo todo eso con el tono del culpable en “El corazón delator” de Poe) Martita estaba conmigo, y gritaba “¡Yo también fui!, ¡Yo también lo desaparecí!” papá ni siquiera se dignó a mirarla, me pegó tres cachetazos y me mandó a dormir.
Martita, viendo lo patético de sus intentos de ser golpeada, optó por callarse y mandarse a dormir sola.
Nadie reclamó por ella en la cena.
Así era de invisible, pobre y despreciada Martita.
Y yo, sin poder dormir, pensé que mi padre podía haberme pegado más(¿acaso no era su mastín preferido?) así que, con sigilo, me acerqué a la habitación donde dormía con mi madre y pegué el oído en la puerta.
Hacia tiempo que sabía decodificar murmullos. Y silencios.
- No sé por qué viene tan seguido – dijo papá - ¿Acaso no sé da cuenta?
- Viene a traerle libros a Lucas.
En la intimidad, aparentemente, yo era sólo Lucas.
- ¿Y qué obligación tiene?
Mamá callaba. Buena estrategia, mamá, pero papá sabe manejarla.
- Y vos. ¿Podés disimular un poco, no?
- ¿Disimular qué, Jorge? – Dijo mamá, algo enfadada.
Los silencios de papá también decían mucho.
- ¿No estoy este momento con vos, Jorge? ¿No te elegí a vos? ¿No hice lo que todos me decían que era lo correcto? ¿No renuncié a tu hermano el día que me casé con vos? ¿Qué más querés que haga?
El llanto de mamá me hacía sentir inútil, un error, la afirmación de algo que no tenía que haber sido.
Papá se dio cuenta que había empujado demasiado. Escuchando detrás de la puerta, me di cuenta que ahora él la abrazaba y que pronto comenzarían los gemidos y los suspiros entrecortados.
Bajé las escaleras, con sigilo, y fui hasta la habitación de Tío Alberto.
La oscuridad era suave y esponjosa. Yo nunca le tuve miedo.
Tío Alberto dormía, tranquilo.
Pensé que, a pesar de que yo todavía lo amaba, no podía permitir que siguiera destruyendo mi familia.
Lo estuve observando un buen rato, y luego me marché.
Al girarme, casi muero del susto.
Allí estaba parada Martita en el umbral, mirándome entre un velo de lágrimas.
- Tengo miedo. – Me dijo.
Así que subí y me acosté con ella, abrazándola, protegiéndola, y pensando de que demonios podía tener miedo alguien a quien ni siquiera sus propios padres le prestan atención.
III
Buenos Aires no es mágica. O por lo menos las personas que viven allí distan de parecer mágicos. Parecían apurados, siempre actuando como si el mundo fuera a acabarse en media hora. Pero el mundo, paciente, simplemente esperaba, y terminaba acabando con ellos.
Tío Alberto me mostró Plaza de Mayo, el Obelisco, y todas las idioteces que parecen importarles a los que llegan por primera vez a la gran ciudad.
No obstante, lo que yo quería ver, no se dejaba.
La gente.
El pueblo.
¿De qué se escondían?
¿Tenían miedo de que una conversación con un niño del campo les abriera la mente, les llegara al corazón?
No los entendía.
A varios que corrían, creo que en la calle Corrientes, les grité: ¡El mundo se los come igual!
Nadie me prestó atención.
En ese instante descubrí que en Buenos Aires, yo era Martita.
Así que continué el paseo indiferente, melancólicamente aburrido, pensando en mi hermanita abandonada a su suerte en la estancia, quizás perdida entre los malvones del jardín como yo estaba perdido entre la gente de este lugar.
Borges habló, y yo escuché.
Si bien mi niñez no permitía que entendiera ni la mitad de lo que había dicho, procuré recordar cada palabra, cada gesto, para descifrar todo cuando estuviera listo.
Y digo sin pudor que lo mismo hacía con sus libros.
Tío Alberto me llevó hasta una esquina y me dijo:
- Acá, con Jorge, conocimos a tu mamá.
Yo lo miré, sin ganas de decirle que me importaba un corno.
Entonces, sus ojos viajaron quince años atrás, y como un bobo quedó contemplando un viejo farol pintado de verde.
Me cansé de estar ahí parado intentando recordar algo de lo que nunca había sido parte, y le dije a mi tío.
- Vamos Tío, Martita me debe estar extrañando.
- ¿Quién?
- ¡Martita! – Dije, y expresé mi enfado abriendo bien mis grandes ojos marrones.
- Ah, sí. Martita. Vamos.
Me tomó del brazo y me llevó a su automóvil.
La tarde se apagaba en Buenos Aires, como una colilla de cigarrillo, y quizás allí vi un poco de magia. Al parecer, no me iba a ir sin reconciliarme con la ciudad.
Viéndola vencida por tanta noche, me di cuenta de su miedo y de su hipocresía. Era tan sólo una niña abandonada a su suerte en medio de la pampa. No voy a negarles que tuve momentos de piedad al ver como la ciudad se dormía.
Yo también me dormí, pero en el viaje de regreso.
Me desperté al olfatear la tranquilidad del aire llegando a la estancia.
Tío Alberto tarareaba algo, y me miraba por el rabillo del ojo.
Estabamos solos.
Si, es cierto, todo el viaje habíamos estado solos, pero... ¿cómo explicarlo?
¿Nunca sintieron el peligro de una conversación que se avecina?
¿Nunca se sintieron como colocados en una situación preparada de la que no hay forma de escapar?
Y la tormenta, como un mercader fingiendo ingenuidad, mostró su primer relámpago:
- Luquitas, ¿Te gustaría venir a vivir conmigo a Buenos Aires?
Si aún no estaba despierto, me desperté por completo.
- Ya estás en edad para ir a un colegio que te asegure un buen futuro, ¿sabés?, y a mi me encantaría que vivieras conmigo...
Dejo el deseo flotando como un cometa de papel suelto del que nadie quiere hacerse cargo.
- Yo...
Las palabras no me salían. Pensé en Martita, abandonada a su suerte como Buenos Aires, pero entre los malvones y las avispas.
- ¿Y mamá? – Pregunté.
Tío Alberto me miró, y me guiñó el ojo, como sellando un pacto. “Tenemos un secreto” decía ese guiño, y contuve la repulsión que me causaba ese estúpido misterio de jardín de infantes.
- Será cuestión de preguntarle. Pero creo que va a venir. El campo la aburre, y no te va a dejar solo Luquitas.
- ¡A vos no te quiere dejar solo! – Quise gritarle, pero de mi boca salió nada más que un silbido y una tos. No quería hablar más. El Desmembrador se había pasado del límite.
Me puso un brazo por el hombro, y me dijo:
- No hace falta que lo pienses tanto. Para vos es lo mejor. Y para tu mamá también.
Perfecto. Si Tío Alberto sabía como llegarme al corazón, yo ya había ideado como llegar al de él.
Las luces de la estancia brillaban en la noche como nunca las había visto brillar, como si fueran las luces de una ciudad mítica escondida para los ojos de los conquistadores.
Bajé corriendo del automóvil, mientras Tío Alberto saludaba efusivamente a mamá.
- ¿Y Martita? – Pregunté al pasar.
- No sé. – Dijo mamá, al parecer más contenta de ver a Tío Alberto que de verme a mí.
- ¡Andá a dormir que mañana viene a comer el comisario López con su familia y no te quiero desvelado! – Alcanzó a gritarme mamá.
El comisario López, al parecer, pasaba cada domingo en una estancia distinta. Era amarrete hasta para organizar un asado en su casa, el viejo.
Y era la figura que faltaba en el misterio que tenía preparado para el domingo.
Así que, sereno y convencido de algunas cosas, busqué a Martita, cenamos solos, y nos fuimos a dormir.
La noche me enseñó a ser paciente.
Y lo fui.

IV
El domingo era gris, como tienen que ser los domingos, hasta en el campo. La mañana trataba de desperezarse y hacerse mediodía, pero no lo conseguía.
Yo me levanté temprano, y fui a jugar con Martita al patio de tierra, hasta que vi llegar el automóvil de la familia López y sus hambrientos integrantes.
El comisario tenía tres hijos, el mayor, que se llamaba Juan, de mi edad y el resto como la de Martita, pero no eran una compañía agradable ya que eran unos completos idiotas que se entretenían jugando con barro, o poniéndose los brazos morados de tanto golpearse.
Después de los besos y saludos, después de los como anda y los bien y usté, nos fuimos con los chicos hasta el corral para molestar al peón que le daba de comer a los animales.
En el jardín de casa, el comisario y su gorda esposa tomaban un aperitivo(que no habían traído, por supuesto) con mis padres.
Tío Alberto dormía aún.
Era su costumbre dormir el domingo hasta que mamá le avisara que el almuerzo estaba listo, por lo que estaría dormido por lo menos media hora más.
Así que me acordé de algo y les dije a los chicos que me acompañaran hasta mi cuarto para buscar mi rifle de aire comprimido. No, no soy un niño violento, nada más lo tengo porque fue un regalo de Tío Alberto y... sí, quizás disfrute cuando le disparo a los ratones que andan por el techo del granero, pero eso no creo que me haga violento. La supervivencia del más fuerte, ¿no?, los ratones traen pestes y alguien tiene que acabarlos.
Al llegar hasta mi cuarto, los López comenzaron a revolver todo, pobres niños traviesos, entonces pensé que sería mejor quedarnos jugando dentro de la casa hasta que estuviera el almuerzo.
¡Los minutos pasaban tan lentamente!
Observar jugar a esos imbéciles era tan aburrido que creí que me dormiría sobre mi cama.
De repente, se oyó un grito agudo desde la habitación de mi Tío Alberto. Por lo que sé, debe haber sido más de sorpresa que de dolor.
Y entonces todos los niños corrimos hacia allí, la curiosidad es la telaraña más hábil para atrapar idiotas, yo lo sabía, y lo puse como el condimento final del misterio que tenía preparado.
Llegamos allí, ya estaban mis padres y los López, y el comisario empujaba la puerta intentando forzarla, mientras mamá a los gritos le pedía por favor a Alberto que le dijera que le pasaba, que le pasaba, que le pasaba...
El comisario López acabo por tirar la puerta abajo, y entramos todos en tropel a la habitación para ver porque Tío Alberto había gritado de esa forma.
Tío Alberto dormía en su cama.
Y un cuchillo enorme le nacía del pecho.
Mamá empezó a gritar, la gorda comenzó a gritar, papá se puso lívido y comenzó a gritar también, los niños gritaron, todo como si fuera un maldito concurso de pánico, pero yo no grité.
Me giré, y la vi a Martita, al lado de la puerta, gritando, llorando, echando llamas por los flancos, y fui hasta allí, la abracé, y la llevé a su cuarto.
El resto de la policía local(un agente de apellido Miranda) llegó casi a la hora, con un forense y alguien que había venido desde Buenos Aires.
Entrevistaron a todos, inclusive a mi, niño no te pongas nervioso son algunas preguntas nada más y podés irte a jugar, y su frustración se tradujo en inquietud y supersticiones propia de esos lugares.
Escuché una conversación:
- No puede ser comisario. Las ventanas estaban cerradas por dentro, y con los cerrojos echados.
- Registré todo Miranda. Allí no había nadie. Es un caso de esos... ¿cómo se llaman?
- De habitación cerrada. – Dije, desde arriba de la escalera.
López me miró, y bajo la vista al suelo. Yo había entrado con él al cuarto, había estado jugando con sus niños, y no había nada de que sospechar.
Era el misterio perfecto.
- Este lugar está maldito – dijo López, más por decir algo que por certezas, y se marchó cuando caía la tarde.
Yo, allí sentado en la escalera, pensé en mamá, sedada durmiendo en los brazos de papá.
Y pensé en Martita, la pobre, olvidada Martita, esperando escondida detrás de la puerta que todos entremos al cuarto del Tío Alberto, para en un segundo integrarse al grupo que gritaba en el rellano, en la pobre Martita a la que nadie le prestaba atención, ni siquiera después de matar a un hombre, y que gracias a su maldición, y a mi plan, había acabado con el Desmembrador, y salvado a mi familia.



2005

7 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente excelente, me gusta la onda "habitación cerrada"

Anónimo dijo...

Hola nene... de a poco vas a conocer mejor las pesadas juntas que tiene tu chica... si pensas que me conoces alguito, tas muy equivocado... jajajja!!! bueno, la verdad es que me agarras con pocas ganas en este memento para leer el testamento que te mandaste (me estas desafiando chequeto, la de los testamentos soy yo), esperaba algo de fotos! pero a la brevedad lo bajo y lo leo tranqui, tiene que estar bueno para que lo hayas subido.
Te mando un besote y te dejo mi link tb asi me visitas y me dejas commentarios al respecto>>>

Anónimo dijo...

me olvide la dire del blog.... http://spaces.msncom/members/cybersolcito/

J.P. Gutièrrez dijo...

hey señorita, si no tenes ganas te lo cuento la proxima vez que te vea.
La direccion que pasaste no anda.

Anónimo dijo...

Ya funca el jpgutierrez.com.ar Juan, excelente excusa para mandar otro mail publicitario jajaja
Muy bueno Lucas y pone mas material yaaaaaaa!

Un abrazo

Pablo

J.P. Gutièrrez dijo...

muchas gracias Pablo por tu ayuda.

de paso, para quienes caminen por el Lado Oscuro del universo, les recomiendo www.downward.com.ar
Enjoy the music!!

Anónimo dijo...

muyyy buenooo...( ya veras una frase en mi nik jajajajaja)

viste yo te dije que algun dia iba a empezar a leer los "testamentos", como dice arriba ,que te mandas....

la vampire